Le dolían las diez uñas de las manos. Llevaba un rato así,
con la punta de los dedos punzándole al principio y luego concentrándose el
dolor debajo de las uñas para volver a extenderse de nuevo a las puntas de los
dedos. Pero esperó hasta que no pudo dejar de lado la sensación ya cercana al
dolor y por fin descendió la mirada y los observó. Le dio vueltas a la posible
causa de esto mientras observaba cada falange, reconociendo lo que era una de
las partes más importante de su cuerpo. Con aire ausente escuchaba el susurro
de las conversaciones a su alrededor, la ininteligible jerga que formaba una
nube en la que no le interesaba introducirse; como todos, también esperaba que
el modelo estuviera listo pero su atención no parecía incapaz de disolverse de
sus dedos. Rotó sus muñecas lentamente hasta que pudo ver sus dedos de costado,
primero el lado izquierdo y luego el derecho, para lo que tuvo que apoyar en
sus pantalones de mezclilla. El contorno estaba perfilado como si hubiera sido
cortado con una navaja, salvo en las zonas donde los nervios habían obligado a
sus dientes a mordisquear los bordes y crear irregularidades como pellejos
y trocitos de piel apretada pero sin
arrancar del todo. Pudo observar el tinte amarillento que el cigarro había
dejado sobre su piel y la callosidad del pincel en varios de sus dedos. ¿Serían
lo largas que estaban? O ¿Los químicos de los disolventes que usaba para sus
pinturas comenzaban a pasar factura? Vio el esmalte natural herido por las
sustancias y la debilidad de las uñas que parecían doblarse cuando las empujaba
contra una superficie dura. Necesitaba cortarlas.
Lentamente, pero aun imbuida en las formas y colores de sus
dedos, levantó la mirada y la acabó posando al frente, pero sin ver ningún
punto en específico. Un poco a su costado izquierdo, pero sin la necesidad de
girar el rostro, se encontraba la persona que durante sus primeros once años de
vida había sido un reflejo de espejo de sí misma. La adolescencia los había
alejado pero sólo en aspecto físico. Ella continuó con el rostro suave y
delicado, con los ángulos suaves bajando a una barbilla casi en punta pero
suavizada por la feminidad. Él había conservado el mismo tipo de rostro, pero
su mentón se había hecho más cuadrado y la nariz más grande. Había aparecido la
nuez en el cuello y los huesos de sus cejas sobresalieron más que en los de
ella; incluso había aparecido algo de barba que ahora era una masa de cabellos
claros muy cortos que apenas se podían ver. Pero conservaban rasgos similares;
aun poseían ese cabello claro reluciente que él llevaba corto y ella largo y
ambos tenían esa iridiscencia extraña en sus ojos claros de diferente color,
como si cada uno se hubiera sacado un ojo y lo hubieran intercambiado entre sí.
Ella mantuvo la mirada fija en la lisa pared, pero mirándole
por el rabillo del ojo, hasta que él apartó la mirada de su lienzo y sus ojos
conectaron. Él la observó con una mueca casi divertida que ella devolvió casi
con mesura. Entonces escucharon el ruido de la puerta y ambos voltearon,
cortando con la conexión rápidamente. Hubo un murmullo de resignación,
aceptación y de satisfacción entre todos los alumnos cuando entró el profesor
acompañado del modelo masculino de esa clase, y no se trataba del hombre que
esperaban los gemelos. Sólo ella pudo ver el limitado perfil de los brazos de
un hombre más que, de último, abandonaba la angosta pero bien equilibrada
oficina de su profesor de arte ubicada del otro lado del pasillo. Distinguió la
cicatriz que salía de su brazo cubierta a medias por la chaqueta de cuero
natural arremangada. Vio el musculo extrañamente marcado en el cuerpo que a
veces parecía demasiado delgado para tenerlo. De pronto se cerró la puerta y
con un sobresalto, el profesor atrajo de nuevo su atención. Se olvidó del dolor
en las uñas.
***
Encendió el último cigarrillo que le quedaba en la cajetilla.
Arrugado en el fondo, había quedado invisible hasta que los demás se habían
consumido. Se había convertido en una especie de ser amorfo, apretujado como si
estuviera de más pero él no lo había
olvidado. Lo había sacado golpeado la cajetilla suavemente. El cigarro formaba
casi con exactitud una letra C irregular y llena de zonas con huecos y ángulos
agudos. Lo alisó con paciencia, permitiendo que la forma no desapareciera por
completo. Cuando lo apoyó en sus resecos labios comprendió que lo único
diferente con el cigarro era la apariencia: encenderlo fue tan sencillo como
con los demás y el sabor era exactamente el mismo. Cerró los ojos al inhalar la
nicotina, contemplando en su mente los ya sucedidos extenuantes minutos que
había pasado en la oficina del profesor. Sólo sus oídos escucharon el golpe
seco cuando se espalda golpeó en el muro de manera fatigada. Sobre su cabeza,
tres pisos arriba, la clase se había llevado a cabo sin su presencia y bajo la
tenue luz de un suave y lento atardecer; emanaba el olor característico del
óleo, el grafito de los lápices y el
aceite disolvente a través de las ventanas abiertas que intercambiaba el
aire denso del interior por una brisa fresca. Hubo un momento, durante la
tarde, en el que apareció una sonrisa fugaz en su rostro, un amago de lo que
podría ser una bufonada capaz de aún hacerle gracia, escondida de las otras dos
presencias. La sensación de opresión dentro de aquella angosta oficina
permaneció con él durante todo el tiempo que estuvo allí, sentado, mirando
hacia afuera, reprimiéndose. Aquello fue una estancia inútil. Poco después, rehusándose
a continuar con la farsa, a ser el bufón, el espantajo que esperaban sus
compañeros que fuera, había traspuesto la puerta de la oficina y recorrido el
pasillo a las escaleras rumbo al exterior.
El cigarro maltrecho se fue terminando junto con la caída del
sol crepuscular, con él esperando por la noche, recargado en ese muro que se
encontraba de espaldas a la entrada principal, al bullicio de la gente y los
pasos de los profesores y los directivos. Era un escenario que expresaba de una
manera literal la sensación que experimentaba cada minuto desde meses atrás. Las cosas cambiaron poco a poco, como una tenue
mancha que se había ido esparciendo a su alrededor, invadiendo primero su hogar
y luego extendiéndose hasta la universidad, hasta los estudios y la carrera que
antes amaba. Ahora había un muro de cristal dividiéndolo a él de todo a su
alrededor, un miedo que parecía calar, entrar por el lecho ungueal de los dedos
de sus pies y subir, partiendo músculo y tendones hasta enredarse en las
arterias carótidas y penetrar en el cerebro. Un cambio irreversible y total y
ahora completo. La noche cayó, aplastando el resto de luz natural que pronto
fue suplantada por la insignificante luz artificial, tan fácil de destruir. Se
apartó del muro con un empuje minúsculo de su espalda, la tensión de músculo cada
vez más delgado pero aun fuerte. Consumido, el cigarro fue pisoteado sin
clemencia en el suelo con una de sus gastadas botas. Fue delicioso sentir
aquella presión esos instantes. El empuje de su cuerpo provocando la presión y
el movimiento de su pie que trituró el filtro, el resto del tabaco y la
nicotina. Un instante de absoluto control.
Anduvo hasta la salida, encorvado por la fatiga, a veces
inclinándose lo suficiente como para ver sus pasos en el asfalto aun tibio del
día. Al trasponer las rejas se detuvo, y volvió la vista al amplio patio, al
edificio que se coronaba como gobernante
en el centro del terreno y a los árboles que salvaban de insolación en el
verano; de inmediato volvió a la reja, observó las puntas de flecha que coronaban
todo el enrejado que rodeaba el campus del departamento de artes de la
universidad. Conforme más se acercaba el final de sus estudios, menos se
esforzaba por concluirlos. Cada vez faltaba a más clases, se excusaba de las
presenciales y se mostraba despistado en la mayoría; a veces ni siquiera estaba
despierto. El primer aviso que recibió de la escuela fue una visita a la
oficina del subdirector. No estaba listo para recibir una reprimenda de nadie.
Aprovechó la expulsión temporal para descansar y pensar las cosas; intentó esforzarse.
Suspiró, negando con la cabeza. El viento comenzaba a enfriarse a su alrededor,
golpeando los muros y revolviendo su desastroso cabello conforme dejaba el
campus atrás. Cuando miraba hacía el pasado, no recordaba el instante en que
sus pies habían acabado mojados. El vaso se había llenado, pero no lo notó
hasta que rebalsó.
Gracias a rotzcoco por su ayuda con este capítulo. Dedicado
a ella, sobre todo el complicado final.