miércoles, 25 de enero de 2017

Capítulo 2: Como la sangre.

El orfanato de St. Claire presentaba un bullicio poco habitual dentro de sus muros. En lugar de encontrarse en los pasillos, niños desde los cuatro años hasta los catorce se aglomeraban en el pasillo junto a una puerta doble de roble que daba a la habitación de la mayor autoridad del lugar. Dentro, uno de los muchachos más problemáticos del lugar, de apenas nueve años, recibía la peor reprimenda de su vida, sentado y encogido en una silla mientras la madre superiora lo miraba con furia e indignación.
—No puedo creer que hayas llegado a esto…
—Ese niño es raro, nadie lo quiere aquí.
—¡Silencio! —bramó la madre superiora con irritación al tiempo que abría una carpeta que llevaba el nombre del muchacho. Le molestaba el hecho de que el niño no parecía arrepentido de lo que había hecho. —No me importa lo que pienses sobre Allen, tu acto fue terrible, cruel y despreciable. —Azotó la pluma contra la mesa, demostrando su enfado, al levantarla, escribió el reporte en el archivo del niño.
                El niño se encogió en su asiento, indignado por acabar en problemas por el idiota ese del chico del pelo blanco. Lo que había pasado había sido un accidente, el chico fue muy tonto para permitir que aquello le pasara. No había sido su culpa, por eso mismo se tendría que ajusticiar al chico de nuevo. Para que se comportara.

                En otro piso, lejos del bullicio y ocupado por camillas estilo hospital pero más baratas, se encontraba la enfermería del orfanato. Desocupada en su mayoría, mostraba un aspecto aséptico y ordenado. Al fondo, junto a la ventana que daba al patio trasero, una cama era ocupada por un joven de cabellos blancos; como canas, brillaban plateadas a la luz del sol que se reflejaba a través de las cortinas. Lucía como de unos cinco años y su rostro sería hermoso sino fuera con el vendaje que cubría casi por completo el lado izquierdo  de su rostro. Sedado por el dolor, el chico había respondido muy bien a la cirugía y la enfermera que lo cuidaba, esperaba que pronto despertara.
                Allen no era un joven con un futuro muy brillante. Su extraña apariencia le hacía su vida complicada; no llevarse bien con los demás chicos y no ser seleccionado para adopción, eran algunas de las cosas que el chico ya había considerado. Resaltaba demasiado por los motivos incorrectos. Pero el niño era muy inteligente y su meta no era común, deseaba valerse por sí mismo y hacerlo lo más rápido posible. 

                Cuando despertó, por la tarde, Allen sintió las punzadas de la curación primaria recorriendo desde su frente hasta su mejilla. El cuchillo no había entrado tanto y su ojo había quedado intacto, sin embargo, había requerido costuras y era probable que la cicatriz no se borrara por completo debido a la herramienta dentada usada. El daño había sido premeditado, durando lo suficiente como para delinear y remarcar el diseño. Por supuesto, aquel niño no recibiría el castigo que se merecía sino hasta que no fuera muy tarde. A diferencia de lo que los adultos creían, el chico había concretado su plan con antelación y lo había llevado a cabo con una frialdad casi adulta.
Disfrutó ampliamente de lo que había hecho.
Allen necesitó de varias semanas para dejar de usar el vendaje y otras más para recuperar la movilidad de su rostro apenas se cayó la costra, pero lo que más le costó fue acostumbrarse a ver la marca que ahora tendría permanentemente en su cara. Y fue en esos días en que el pequeño niño se dio cuenta que había cosas que otros niños tendrían que él no, pero a cambio, podía tener cosas que ellos no tendrían.

                Y el chico se dio cuenta de que Allen no demostraba estar tan deprimido y derrotado como esperaba. ¡Aquello no tenía sentido! Pero entonces, después de aquellas falsas disculpas en frente de los adultos, creyó que estaría bien terminar su trabajo, su pequeña obra. La siguiente vez fue en el patio, con sus compinches vigilando a menos que no quisieran recibir su merecido también.
Los gritos alertaron a los cuidadores pero  el daño era irreversible.

Allen fue transferido un mes después del ataque, lejos de aquel sitio en el que ya no quería poner un pie. Tras sanar, se hizo el papeleo, se despidió de manera forzada de los chicos y se marchó. En cuanto a su atacante, lo mandaron a un psiquiátrico, del que jamás pudo salir. El reporte del caso se cerró definitivamente después del traslado y nadie volvió a hablar del pequeño criminal y de la víctima, aquel pobre niño al que todos le tenían lástima.